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Deflación. El fantasma que viene

Los indicadores económicos indican que nos acercamos a un periodo de deflación. Esto es, de bajada de precios. A priori puede parecer algo bueno, pero no hay que dejarse llevar por el simplismo. Deflación, en términos económicos, es sinónimo de crisis, y dura. Hay dudas sobre si calificar como estanflación o deflación el periodo en el que vamos a entrar, pero en cualquier caso, no es sinónimo de algo bueno.

No hay que olvidar que si bajan los precios, bajarán los salarios ya que es el precio del trabajo. Y si bajan los precios, aquellas empresas que produzcan productos de bajo valor podrían verse obligadas a dejar de producirlos.

La baja de los precios posterga en efecto el consumo de los ciudadanos (“¿Por qué comprar ahora una casa o un coche si serán más baratos dentro de seis meses?”) y se traduce en un descenso de los salarios, como comentaba, y, por tanto, una pérdida de poder adquisitivo.

A su vez, estos factores aceleran una contracción del consumo, lo que genera una nueva caída de los precios, en un círculo vicioso.
Entonces, las empresas –cuyos beneficios disminuyen o desaparecen– renuncian a invertir, alimentando también la infernal espiral

Está aceptado que la deflación es una de las “bestias negras” de los gobiernos, pues es un fenómeno difícil de combatir. Esto es así ya que tiene consecuencias catastróficas para las empresas o las familias endeudadas, ya que sus capacidades de devolución disminuyen mientras el importe de la deuda permanece intacto.

Y, por su parte, el sistema bancario, ante esos créditos irrecuperables, corre el riesgo de derrumbarse. Nuevamente.

Es famoso el ejemplo de Japón, que tras un gran periodo de deflación ahora empieza a ver la luz. Desde principios de los años 90, los precios han ido cayendo de manera más o menos sostenida. Y con ello, la calidad de vida y el tejido productivo del país nipón. La suerte para la zona euro es que tiene un espejo en el que mirarse para evitar esta circunstancia.

Ante este panorama, nada esperanzador, no queda más que esperar un cambio en las políticas económicas o monetarias que permita, así mismo, un cambio de rumbo. Todo está escrito. Todo.

Cuando en la próxima tertulia de cafetería o bar salga el tema de la deflación pensad que no es bueno que los precios bajen ya que el salario bajará. La deflación es el fantasma que viene, y hay que estar preparados.

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Henry Ford. Un genio vigente.

Henry Ford siempre me ha parecido un genio y visionario. En una época en la que los coches eran exclusivos de las clases altas, de la casta, se decidió a crear un coche que pudieran comprar sus empleados:

«Quiero producir coches que mis trabajadores puedan comprar».

Detrás de esto se esconde el hecho de que había un gran nicho de mercado por cubrir. Pero para que esa parte de la población pudiera comprar sus coches, tenía que tener dinero. Trabajo. Había que dotar a la base poblacional, poco menos que recién salida del esclavismo y la revolución industrial, de un sueldo para que pudiera comprar sus coches.

¿Qué pasa cuando no hay trabajo, no hay sueldo? Pues que no podré vender los coches. En los últimos años hemos podido observar como la economía moderna capitalista poco menos que colapsaba. Los mercados, los mismos desde que el capitalismo es capitalismo, maduraban y colapsaban. La economía, lejos de buscar una sostenibilidad, exprimía los medios naturales hasta agotarlos. La energía, el petroleo, el ozono, el agua. Todo valía.

Pero había un problema. En un mercado colapsado, había que crear nuevos mercados. Para Europa, América del Norte, Japón y Oceanía el modelo estaba agotado. Incorporar nuevos mercados en la ruleta abría nuevas opciones de juego. Por tanto, se debía potenciar la creación de nuevos mercados, pero siempre bajo el yugo capitalista. Las principales opciones, los mercados comunistas (China, Rusia), América Central y del Sud y Asia. El tema africano es más complejo, pero todo llegará.

Si hay que acabar con el comunismo, se acaba (U.R.S.S.). Si no se puede acabar con él, se capitaliza (China). La jugada China es un claro ejemplo del Fordismo. Aprovechando la excusa de la deslocalización, de la búsqueda del beneficio, la religión del Bottom Line, del «vale tudo» económico, las empresas occidentales externalizaron aquellos procesos no «core» o centrales a aquellas regiones que proporcionaban mano de obra barata. Se les da un salario poco  justo y se obtiene un producto de baja calidad pero a un precio competitivo. Producto de temporada.

De esta manera, se dota a estas regiones de la capacidad de crear un tejido productivo mediante una inversión relativamente baja. Un tejido productivo, pero, no intensivamente tecnológico. Esto es, sigo teniendo el control del capital y mantengo una ventaja competitiva sobre estos países (tigres asiáticos, China, Rusia, Brasil, etc.)

Esta capacidad de estos países de producir a bajo coste, aún a perjucio de la calidad, ha supuesto en el mundo occidental la pérdida de numerosos puestos de trabajo. La crisis de los últimos años y la tasa de paro de algún país occidental no muy lejano a nosotros así lo atestiguan. Los países que más han sufrido este tema son los que tenían estructuras productivas poco intensivas tecnológicamente, ya que no han podido competir en precios contra estos mercados emergentes.

La jugada maestra, el presente y futuro, está en lo comentado por Henry Ford. Esta revolución industrial acelerada en estos mercados emergentes ha provocado, y cada vez más provocará, un estrato poblacional con capacidad adquisitiva para los productos occidentales, hasta cierto punto más intensivos en tecnología. Bmw, Siemens, Apple, Microsoft, etc. podrán empezar a recoger lo que han sembrado. Con esta jugada, esas inversiones deslocalizadas, han creado mercados con un potencial enorme. Pocas son las empresas grandes que no incluyan Asia, por ejemplo, dentro de sus principales mercados a corto y medio plazo.

La clave para occidente es aprovechar estos mercados y mantener la ventaja competitiva sobre ellos. Esto proporcionará oportunidades de negocio que crearán puestos de trabajo, de tal manera que las tasas de paro actuales simplemente serán un peaje para llegar al destino final, excelentemente planeado por las clases dirigentes.

Eso si, el que no haga bien la faena y se adapte a este entorno cambiante, perderá el tren y se quedará en una estación sin retorno. No podrá competir en costes con los mercados emergentes ni podrá repartirse el pastel que se está cocinando. En este juego de las sillas no hay plazas para todos.

El modelo económico creo que aún no está agotado. De todas formas, hagamos caso a Henry Ford. Un reparto más equitativo de la riqueza ocasionaría un mercado más potente ya que habría más gente con acceso a los bienes que se producen. La avaricia de algunos puede hacer que acumulen tanta riqueza que no tengan a quién vender sus productos. Esperemos que la economía se racionalice, porque de nada servirá ser muy rico si no podrás disfrutar de ello. A más gente con poder adquisitivo, más oportunidades de venta de productos y menos descontento general. Al final de todo, es lo que quiere la casta dirigente, seguir dirigiendo. Pues que se apliquen el modelo Ford también internamente. Quizás detrás de la entrada de capital en España haya algo de esto. Un 30% de la población sin trabajo, pensando, es peligroso.

Señor Ford, que razón tenía. «El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos»

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